EL Papa Benedicto XVI continúa con su primera visita pastoral a África, precedida de unas declaraciones que han dado la vuelta al mundo y que han soliviantado por igual a gobiernos, expertos en salud pública y a ONG. Y no precisamente por el hecho de que, por primera vez en la historia, se haya oído a un Papa pronunciar públicamente la palabra preservativo , sino por haber lanzado un mensaje que atenta contra todas las estrategias internacionales y los esfuerzos que gobiernos y organizaciones de todo tipo están intentando desarrollar para frenar y, a ser posible reducir, la incidencia del sida en el continente africano.
Dejando de lado la habilidad del Vaticano para revestir interés a este viaje mediante declaraciones de este tipo -África cuenta con apenas un 15% de católicos- y de la dimensión pública de la figura papal gracias a los medios de comunicación, habría que subrayar un dato incuestionable: el Papa ha mentido. Afirmar, como lo ha hecho, que el sida "no se combate sólo con dinero ni con la distribución de preservativos que, al contrario, aumentan el problema" es, además de una grave irresposabilidad, un ataque directo a la única medida que evita la extensión de esta enfermedad, que es ya una pandemia en muchas zonas. Las cifras no dejan lugar a la duda. Se estima que África alberga al 65% de los enfermos de sida del mundo y en la zona subsahariana está el 67% de los 33 millones de personas portadoras del virus del planeta, incluido el 90% de los niños portadores.
El 20% de las muertes en este continente está relacionado con el VIH y es una amenaza real para la esperanza de vida y la mano de obra productiva. Y si la preocupación del Papa era llamar la atención sobre la gravedad de esta situación, hubiera sido de agradecer un mensaje más contundente sobre los problemas estructurales que hacen posible que sólo una décima parte de los infectados reciban terapia antirretroviral, un tratamiento por el que el sida se ha vuelto una enfermedad crónica en los países occidentales pero que en África dista mucho del objetivo de acceso universal de 80%. Allí han muerto más personas de sida que por los conflictos bélicos de las últimas décadas. Visto lo cual, habría que preguntarse si la abstinencia sexual era el único problema que preocupaba a Ratzinger al pisar tierra africana.